viernes, septiembre 26, 2008

"Sobre la nada"
Hay veces que lamento hablar y no decir nada, porque dentro de lo que puedo balbucear, la nada abunda. La nada, soberana dentro de mis letras, vacía mis labios y perfora oídos que a veces, mesuradamente, distienden largas prosas y desmenuzan ese vomito impensado que yace bajo mi lengua. Escupo a la gente y no tengo compasión; escupo silencio entre sollozos y quejidos, duermo las ansias de un mejor momento, el preludio de un mensaje fugaz y llano. No. No hay tal mensaje y no lo habrá. Nunca lo ha habido, ni la fe para ello. Lamento hablarte, mi buen amigo, lamento decirte esto y un saludo, pues mancho tu espacio con notas discordantes y oxidadas, dueñas de una vida que no debió ser mía. Me encierro en el pasado y lo lamento. Solo esas palabras recuerdo. Solo esas palabras reitero. Sólo y las palabras. Ellas solo se oyen. Se oyen en su nada.

lunes, septiembre 08, 2008

“Siluetas”


Corría el invierno en una dura mañana, las ventanas recibían adornos que dibujaban siluetas en el cielo de la habitación y mientras desplegaban movimientos circulares e hipnotizantes, se encontró sentado sobre el suelo helado y pálido de su hogar, apoyando los codos sobre sus rodillas, con las manos extendidas bajo su mentón, divagando sobre su mujer. Recordó cuando la conoció en un café por casualidad, y escuchando la voz más suave al viento, la siguió hasta unírsele en su merienda. Ella había sido compañera de curso en la universidad y varios años le tomo para tener el valor suficiente de ir a preguntarle como estaba, como se llamaba y si había alguien en su vida que fuese capaz de entregarle mas de lo que el estaba dispuesto a regalarle solo a cambio de su mirar. Para todo ello la respuesta fue dulce y tierna, casi tan tierna como su lengua cuando acariciaba sus labios, sus labios finos y resbalosos que jugueteaban libremente por su cuerpo a la hora en que el sol duerme y la luna iluminaba, como siempre, su cuerpo fragil y contorneado. Mientras la veía recostada boca abajo, pensaba en cada mañana que despertó y desplazando sus cabellos, la miro a los ojos y le dijo que no había mejor manera de despertar que la de estar a su lado. Ella siempre durmió abrazando la cama, siempre con las sabanas a medio cubrir, siempre resplandeciente al salir el sol. Recordó que la llevo al mar y allí, bajo los arrayanes y robles, alzo su mano levantando desde el fondo del mar un anillo, el cual solo buscaba un solo dueño, quien diera cobijo a su ovalada forma y llevara por siempre, como lo hacia en este preciso momento descansando su brazo al borde de su cama.


Cuando le hablo y el silencio se apodero de la sala, remembro los calidos momentos a los pies de la playa, cuando dejaban que la brisa hablara y los envolviera el uno al otro al vaivén de sus cabellos y besos danzantes que llenaban de pasión el oleaje de la alborada. La miro tiernamente a sus ojos, que a su vez lo miraban fijamente, tan punzantes como cuando se hablaron por primera vez. Recorrió por su mente el dialogo que tuvieron por todo lo que quedaba del día, siempre riendo, siempre serenos, juntos de la mano, como dos infantes que se invitan en silencio a conocer el mundo y ríen el uno con el otro de las sorpresas que éste les trae. Así deambularon por todo el parque; el siempre sin pestañear para no perderse ningún movimiento de la tez mas hermosa que el había visto. Beso sus labios, los cuales evocaron el momento más dulce y tierno, como siempre lo ha sido el primer beso. El beso más tímido e inocente, torpe y sensato. Sentados en una banca ambos se miraban y sonreían de ver que ninguno podía acercarse más al otro. Ella solo lo observaba, mientras el deambulaba por cada punto de su rostro, tratando de ver la forma mas sutil de tocar su boca sin perderse de su mirar, tibio y calmo, el cual lo hacia olvidar el mundanal ruido para encerrarse en sus ojos y perderse en la suavidad de su roce.


De pronto volvió a mirar las siluetas cuyo ruido era insoportable a sus oídos, los cuales solo querían el silencio que otorgaba su memoria, su frágil y estridente memoria, que calcaba los momentos una y otra vez al compás del vaivén de sus cabellos y las siluetas que cubrían su fogosa y destellante figura, y que seguía evocando recuerdos, ya cada vez mas difusos pues con el pasar del tiempo la lucidez de su memoria no era la misma, y ni las siluetas ni su mujer, podían ayudarlo a recordar detalles que forjaron toda una vida en esa habitación, la habitación de una cruda mañana de invierno donde las ventanas deshechas, las sabanas rotas y el ensordecedor ruido negro de las oscuras siluetas que adornan el cielo, batallaban constantemente para despertarlo del trance mágico y eterno, que había dejado posar sus ojos fijos en la figura demacrada, mellada y carcomida de la mujer que alguna vez, tuvo la forma avasalladora que todavía, aunque a pedazos resquebrajados por los años, ronda por su mente senil y ceñida al tiempo, el único tiempo que puede vivir, y que seguirá viviendo en este crudo invierno, acompañado del escalofriante ruido de esas negras siluetas…

viernes, septiembre 05, 2008

"De oleajes, estruendos y constantes"

Cuando las luces tiritaron
tus cabellos se tornaron verdes
entre ramas y ruidos inertes
de hojas claras que dormitaron

Cuando las luces tiritaron
el sauce rió sin resquemor
y del mar solo se oyó el clamor

de los destellos que se apagaron

Cuando las luces tiritaron
fueron uno con la tierra gris
y cayeron todos ante el infeliz
ruido blanco que allí encontraron

Cuando las luces tiritaron
la sal trepó al cielo quebrado
sembró amargura en azul plateado
y llovió en las grietas que ahí dejaron

Destinos frágiles, inciertos quedaron
de mi gran crisol, vagando al desnudo
no cuentan horas, sino eternos nudos
que de cieno en cieno ellos forjaron

Ya todo se ha ido, pero allí dormitaron
pasajeros del tiempo, devorando horas
allí se enredan remembrando aquellas olas
de cuando las luces tiritaron