“Siluetas”
Corría el invierno en una dura mañana, las ventanas recibían adornos que dibujaban siluetas en el cielo de la habitación y mientras desplegaban movimientos circulares e hipnotizantes, se encontró sentado sobre el suelo helado y pálido de su hogar, apoyando los codos sobre sus rodillas, con las manos extendidas bajo su mentón, divagando sobre su mujer. Recordó cuando la conoció en un café por casualidad, y escuchando la voz más suave al viento, la siguió hasta unírsele en su merienda. Ella había sido compañera de curso en la universidad y varios años le tomo para tener el valor suficiente de ir a preguntarle como estaba, como se llamaba y si había alguien en su vida que fuese capaz de entregarle mas de lo que el estaba dispuesto a regalarle solo a cambio de su mirar. Para todo ello la respuesta fue dulce y tierna, casi tan tierna como su lengua cuando acariciaba sus labios, sus labios finos y resbalosos que jugueteaban libremente por su cuerpo a la hora en que el sol duerme y la luna iluminaba, como siempre, su cuerpo fragil y contorneado. Mientras la veía recostada boca abajo, pensaba en cada mañana que despertó y desplazando sus cabellos, la miro a los ojos y le dijo que no había mejor manera de despertar que la de estar a su lado. Ella siempre durmió abrazando la cama, siempre con las sabanas a medio cubrir, siempre resplandeciente al salir el sol. Recordó que la llevo al mar y allí, bajo los arrayanes y robles, alzo su mano levantando desde el fondo del mar un anillo, el cual solo buscaba un solo dueño, quien diera cobijo a su ovalada forma y llevara por siempre, como lo hacia en este preciso momento descansando su brazo al borde de su cama.
Cuando le hablo y el silencio se apodero de la sala, remembro los calidos momentos a los pies de la playa, cuando dejaban que la brisa hablara y los envolviera el uno al otro al vaivén de sus cabellos y besos danzantes que llenaban de pasión el oleaje de la alborada. La miro tiernamente a sus ojos, que a su vez lo miraban fijamente, tan punzantes como cuando se hablaron por primera vez. Recorrió por su mente el dialogo que tuvieron por todo lo que quedaba del día, siempre riendo, siempre serenos, juntos de la mano, como dos infantes que se invitan en silencio a conocer el mundo y ríen el uno con el otro de las sorpresas que éste les trae. Así deambularon por todo el parque; el siempre sin pestañear para no perderse ningún movimiento de la tez mas hermosa que el había visto. Beso sus labios, los cuales evocaron el momento más dulce y tierno, como siempre lo ha sido el primer beso. El beso más tímido e inocente, torpe y sensato. Sentados en una banca ambos se miraban y sonreían de ver que ninguno podía acercarse más al otro. Ella solo lo observaba, mientras el deambulaba por cada punto de su rostro, tratando de ver la forma mas sutil de tocar su boca sin perderse de su mirar, tibio y calmo, el cual lo hacia olvidar el mundanal ruido para encerrarse en sus ojos y perderse en la suavidad de su roce.
De pronto volvió a mirar las siluetas cuyo ruido era insoportable a sus oídos, los cuales solo querían el silencio que otorgaba su memoria, su frágil y estridente memoria, que calcaba los momentos una y otra vez al compás del vaivén de sus cabellos y las siluetas que cubrían su fogosa y destellante figura, y que seguía evocando recuerdos, ya cada vez mas difusos pues con el pasar del tiempo la lucidez de su memoria no era la misma, y ni las siluetas ni su mujer, podían ayudarlo a recordar detalles que forjaron toda una vida en esa habitación, la habitación de una cruda mañana de invierno donde las ventanas deshechas, las sabanas rotas y el ensordecedor ruido negro de las oscuras siluetas que adornan el cielo, batallaban constantemente para despertarlo del trance mágico y eterno, que había dejado posar sus ojos fijos en la figura demacrada, mellada y carcomida de la mujer que alguna vez, tuvo la forma avasalladora que todavía, aunque a pedazos resquebrajados por los años, ronda por su mente senil y ceñida al tiempo, el único tiempo que puede vivir, y que seguirá viviendo en este crudo invierno, acompañado del escalofriante ruido de esas negras siluetas…